Siempre que estudié, hice guías. Mi mamá me enseñó a escribirlas en hojas de examen, usando pluma roja para los títulos y negra para el resto. Me resultaba más fácil aprender cuando todo estaba resumido y organizado en esquemas. Además, el formato portátil me permitía guardarlas en el bolsillo y liberarme del peso de los libros.
En bachillerato estaba lejos de ser una mariposa social. De adolescente me sentía como un alien, no entendía cuál era mi lugar en ningún espacio y hacía lo que podía para pasar desapercibida. No ayudaba que estaba becada en un colegio fresa, que me recordaba constantemente que mi situación económica era “vergonzosa”. Pero yo, que no tenía un Baby-G ni anécdotas de vacaciones en Europa, tenía mis guías.
Cuando descubrí que mis compañeras querían fotocopiarlas, cambié las hojas de examen por archivos de Word y comencé a distribuirlas sin costo alguno. Algunas las usaban como apoyo, pero para otras, mis resúmenes eran la salvación de último minuto. Ellas habían estado ocupadas en cosas importantes: salir de fiesta, besar a sus novios y disfrutar de una vida social que yo solo experimentaba jugando Los Sims.
Alguien malintencionado podría decir que me estaban utilizando, pero era yo quien las usaba a ellas. Esos recreos, en los que el pánico invadía a las más vagas, eran de los pocos momentos en los que yo tenía algo que ellas no. Sus cerebros deshidratados por el alcohol requerían con urgencia absorber mis esquemas… y yo era buenísima explicándoselos.
En la universidad, seguí con el mismo sistema: la gente con resaca, los flojos… los más cool, se reunían a mi alrededor mientras yo, ciega de poder, compartía el fruto de mis fines de semana. Si nunca salí a buscar un beso de tres, fue porque creía en el infierno… y porque había descubierto otra manera de conquistarlos a todos.
Desde que empecé a compartir mis recomendaciones en Instagram, esos recuerdos han regresado a mi memoria. La diferencia es que ahora tengo amigos que no necesito conquistar con mis resúmenes… porque todos tienen TDA.
Lo que comparto con ustedes hoy nace de un lugar más íntimo que el pénsum de una institución académica, y ahora que mis complejos los ha tratado una profesional de la salud mental, puedo explorar mi curiosidad desde un sitio menos torturado. Así que, bienvenidos a este espacio, donde les dejaré una guía a las cosas que le hacen cosquillas a mi cerebro… y a mi alma.
En vista de que hoy me dio por narrar una anécdota de mi bella adolescencia, les recomiendo tres películas que me recuerdan a mi pubertad:
Eighth grade, de Bo Burnham.
Sorry we missed you, de (el más bello) Ken Loach.
The virgin suicides, de Sofia Coppola.
Xfa una guia para conseguir empleo, revalidar tu titulo, tener un buen seguro de salud, complacer a tu pareja, sin olvidarte de ser atento con tu familia y mucho menos de que la meta es tener tu propia casa pero siempre disfrutando de la vida, cero estres
Me confieso un cerebro deshidratado